Por Bartolomé Salas Martos*.
Amparo Baró San Martín.
Nació en Barcelona el 21 de septiembre de 1937, en una ciudad en
guerra que aún no había sido golpeada como el resto del país, pero que
se prepara para ello con un acto de solidaridad antifascista
mexicano/español en el Teatro de la Comedia, con la intervención de
Rafael Alberti y Octavio Paz.
Hija de una madre valenciana y un aragonés metalúrgico, que
posiblemente marque su carácter proletario durante toda su vida, estudió
en el colegio Divina Pastora de la Ciudad Condal, y contaba que su
afición a la lectura se la inculcó su abuelo, un zapatero remendón que
le leía los cuentos de “Las mil y una noches”.
Pronto se apasiona por la representación artística, que compagina con
sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras, con intervenciones
en pequeños grupos de teatro de aficionados, dejando lo uno y lo otro
cuando Adolfo Marsillach la reclama a su lado a mediados de la década de
los cincuenta para debutar profesionalmente como actriz, cuando él lo
hacía por primera vez como director en el Teatro Windsor de Barcelona
con “Bobosse”, de André Roussin. Recordando a Marsillach en su libro de
memorias “Tan lejos, tan cerca” cómo se produjo el acontecimiento,
cuando una Amparo (Baró) sustituyó a la otra (Soler Leal) por un
inoportuno ataque de apendicitis: “Allí debutó sustituyendo a Amparo una
intérprete jovencísima y muy inteligente, que es hoy una de nuestras
mejores actrices: Amparo Baró”.
Poco después sería su debut en televisión de la mano de Jaime de
Armiñán con “Chicas de Ciudad” y “Galería de maridos”, llenando la Gran
Vía madrileña de belleza y optimismo junto al resto de las “Chicas
Armiñán”: Ian Eory, Alicia Hermida, Paula Martel, Elena María Tejeiro y
Maite Blasco.
Sus comienzos cinematográficos datan del año 1957 con “Rapsodia de
sangre”, a las órdenes de Antonio Isasi-Isamendi, aunque en algún
tratado dice que el año anterior lo había hecho en el cine italiano con
“Tormento d’amore”, estrenada en España con el título de “Carta a Sara”.
En la película es la estudiante con pañuelo en la cabeza que muere de
un disparo en las calles de Budapest, abrazada al cuerpo sin vida de su
compañero tras participar en una revuelta antisoviética en octubre de
1956. Una revolución que a pesar de los pocos días que duró fue una
auténtica sangría por la contundencia con que los tanques rusos
sometieron a los insurgentes.
En “Margarita se llama mi amor” (Ramón Fernández, 1961) es “Gafitas”,
la estudiante de “Letras” que luce sus veintipocas primaveras desde el
“sidecar” de la moto dando vueltas a la Plaza de Moncloa, y con un
decoroso pijama emula ante las compañeras de habitación a Margarita
Rodríguez Garcés (Mercedes Alonso) en su forma de cautivar a los
hombres, mientras recita a Garcilaso con una voz que ya prometía: “¡Sr.
Heredia!”
En “Tres de la Cruz Roja” (Fernando Palacios, 1961) es Consuelito, la
jovencísima enfermera que esconde su belleza bajo un impoluto mandil
blanco mientras le saca la sangre a un dislocado voluntario de Cruz Roja
de nombre Jacinto (José Luis López Vázquez), para la joven (Mara Cruz)
que acaba de traer inconsciente tras el accidente sufrido. Teniendo que
estar al quite para derretir al “voluntario” con su mirada bonita
escondida tras unas gafas de pasta negra, cuando derrumbado sale con su
ramo de flores mustias y su mancha en la espalda, de la habitación de la
accidentada que trata de pagarle con dinero su generosidad.
A mediados de los sesenta forma compañía propia de teatro,
participando activamente, una década más tarde, en las huelgas de los
actores por el día de libranza primero, y por la función única después.
En “El camino” (Josefina Molina, 1977) es Lola, la mayor de las
“Guindillas”, tendera de ultramarinos que impone sus rígidas normas a su
hermana Irene (Alicia Hermida), y sus conceptos higiénicos y morales al
resto del pueblo, incluido el propio cura (Antonio Gamero) que tiene
que soportar sus intromisiones en materia religiosa, poniéndole en
compromisos teológicos con preguntas como: “Si todos los apóstoles
dormían durante la última cena, ¿Quién vio llorar sangre a Cristo?”.
Fiel a sus principios, cuelga en su tienda el cartel de “Cerrado por
deshonra” cuando su hermana Irene se escapa con Dimas (José Luis
Sanjuán) el bancario, condenándola a luto perpetuo cuando vuelve
rechazada y a no salir en la calle en los próximos cinco años.
En “Al servicio de la mujer española” (Jaime de Armiñán, 1978) es
Mari Galdós, solterona de desahogada posición económica que habita la
casa familiar gallega en compañía de su hermana Irene (Marilina Ross),
locutora de radio que durante una década ha dirigido el consultorio
femenino “Entre nosotras” a la que quiere, cuida y regaña como una
madre. Con ella llega a la conclusión del tiempo que han perdido
guardando las formas hasta en la intimidad. Por eso se meten juntas en
la cama para, en escena antológica, dar un repaso a todas las palabrotas
que conocen. La más sonora en su boca: “chumino”, meándose de risa tras
pronunciarla.
En “En septiembre” (Jaime de Armiñán, 1981) es Aurora “La ratona”, la
antigua alumna del colegio “Ateneo”, que ante su cierre definitivo
acude con otros compañeros de promoción para hacer la ultima excursión
en conmemoración de la que cada año en septiembre hacían en bicicleta
por la Sierra de Guadarrama. Allí acude cargada de nostalgias y el
diario de su hermano muerto en 1957, al que recuerda con los ojos
empañados entre palabrotas y tangos que baila divinamente porque su
abuelo era cubano.
En “Stico” (Jaime de Armiñán, 1984) es Felisa, la criada de la
familia de Gonzalo Bárcena (Agustín González), mujer gruñona y
puntillosa que desde el primer momento muestra
su hostilidad a Leopoldo Contreras (Fernando Fernán-Gómez), el
catedrático de Derecho que su señor se ha traído a casa como esclavo
bajo el nombre de “Stico”, que ella utiliza continuamente en tono
peyorativo, o llamándole “viejo cochambroso”, más descriptivamente.
Total, tan sólo hacía cien años que habían abolido la esclavitud en
España.
En “Mi general” (Jaime de Armiñán, 1986) es la señora Crespo, la
gobernanta del acuartelamiento donde realizan el curso de adaptación un
grupo de generales franquistas, poniéndose de los nervios por la
intransigencia de todos ellos, que exigen un trato personalizado con un
menú para cada uno, ocupándose también de traerles cada mañana el “ABC”,
“El Alcázar” y cualquier otra cosa de la intendencia, por lo que le
grita a su superior (Álvaro de Luna) con su vocabulario habitual, que
aquello más que una casa de estudios, es una “casa de putas”.
En “Lorca, muerte de un poeta” (Juan Antonio Bardem, 1987) es
Angelina, la criada de la familia del poeta García Lorca en la granadina
Huerta de San Vicente en el verano de 1936, la que tiene que llevar la
comida al poeta durante los pocos días que está detenido en el Gobierno
Civil, antes de ser asesinado la madrugada del 19 de agosto en una
cuneta de la carretera que une los pueblos de Víznar y Alfácar, junto a
un maestro republicano y dos banderilleros anarquistas.
En “El bosque animado” (José Luis Cuerda, 1987) es Amelia Roade, que
junto a su hermana Gloria (Alicia Hermida) van a descansar a la finca de
los señores Abondo (Fernando Rey y Paca Gabaldón) huyendo del agobio
capitalino. Metiéndole el miedo en el cuerpo el señor Abondo bromeando
sobre las ánimas en pena que deambulan por aquel paraje. Las que
sentirán sobre sus cabezas cuando el cojo Gerardo (Fernando Valverde) y
la guapa Ermelinda (Alejandra Greppi), paran en noche de tormenta a
echar un polvo en el pajar a la vuelta de la feria de Lena.
En “Las cosas del querer” (Jaime Chávarri, 1988) es Balbina,
acompañante perpetua de Pepita Morán (Ángela Molina), actriz de ínfima
condición con la que ejerce de alcahueta, más que por vocación por salir
de la situación de miseria en que se encuentran y por pagar favores de
cartas de recomendación para que la “niña” pueda prosperar en las
“variedades”, contrarrestando las intromisiones de la propia madre de la
“niña” (Mari Paz Ballesteros) que trata de sacar provecho de las
relaciones de su hija.
En “Soldadito español” (Antonio Giménez Rico, 1988) es Lola, la “dama
auxiliar de enfermería” con uniforme militar de corte fascista al igual
que sus hermanos: el cura Ángel (Miguel Rellán) y el militar Román
(Félix Rotaeta), hijos de un general que fue fiel a la República y que
desde una silla de ruedas maldice sus actitudes totalitarias contra el
sobrino que no quiere ir a la “mili” (Francisco Bas).
En “Al otro lado del túnel” (Jaime de Armiñán, 1994) es Doña Rosa, la
panadera de “El confite” que parece guardar un secreto sobre una de sus
tres madres, que su hija (Maribel Verdú) anda contando a unos
guionistas cinematográficos instalados en un monasterio/hospedería
cercano. A los que tiene que alojar obligatoriamente cuando su hija los
invita, pero que no deja de espiar tras las puertas para que no se
vuelva a repetir la historia que tanto se parece a la cinematográfica.
En “Boca a boca” (Manuel Gómez Pereira, 1995) es la madre de Raúl
(Fernando Guillén Cuervo), al que ayuda a regentar una “línea erótica”
donde van a prestar su voz y su ingenio las actrices en paro mientras
encuentran algo de “lo suyo”. Víctor Ventura (Javier Bardem), un actor
que reparte pizzas inicia una relación telefónica primero y después
carnal con un homosexual que se esconde bajo el sobrenombre de “Bill”
(José María Flotats), y una chica de club de nombre Amanda (Aitana
Sánchez-Gijón), contratada por la esposa de “Bill” (Kiti Manver) y su
amante (Emilio Gutiérrez Caba) para cargarse a ambos.
En 2004 recibió el Premio Ercilla a la “Trayectoria artística” en el
mundo del espectáculo. Premio que ya recibiera en 1996 como mejor actriz
de ese año, y entre otros muchos, durante cuatro años del quinquenio
2000/2005, el de la “ATV” como mejor actriz de televisión encarnando a
“Sole” en la serie “7 vidas”, el personaje que le dio una inusitada
popularidad metiendo en su piel a una pastelera comunista jubilada, que
ponía la razón y la dignidad en este mundo de locos repartiendo
collejas.
Tanta admiración que, según las encuestas que hacían los
expertos del medio, resultó que junto con Ronaldinho era la persona que
más tirón publicitario tenía en este país, por lo que “Nintendo” la
eligió para protagonizar la campaña de publicidad dirigida por Fernando
Colomo.
A comienzos del 2007 parece que pudo escapar por un momento de la
tiranía de la televisión para hacer bajo la dirección de Gracia
Querejeta “Siete mesas (de billar francés)” junto a su amiga y
excompañera de “7 vidas” Blanca Portillo.
En 2011, tras más de una década alejada del teatro, vuelve dirigida
por Gerardo Vera para hacer la Violet Weston en el “Agosto” de Tracy
Letts, por el que recibe el premio “Ceres” del Festival de Mérida.
En el otoño de 2013, Tony Isbert y Manuel Galiana le entregaron el
premio “Pepe Isbert” en el Teatro Circo de Albacete, concedido por los
Amigos de los Teatros de España (AMITE).
En “Siete mesas de billar francés” (Gracia Querejeta, 2007) es
Emilia, la madre de Charo (Blanca Portillo) que vive encamada a
perpetuidad reclamando a su hija el traslado a una residencia, creando
el malestar en ella y una laguna de incomunicación entre ambas que no
logra traspasar ni las fechas de cumpleaños, porque las palabras han
olvidado su función de cariño y acercamiento.
Este jueves 29 de enero, a las ocho de la mañana, nos dejaba para
siempre en la Clínica Puerta de Hierro de Madrid, a causa un cáncer del
que poco se sabía, causando la sorpresa entre sus compañeros del medio y
dejando abandonados los planes cinematográficos que tenía.
* Autor de “Aunque los cubran de sal. Historia de los cómicos españoles”, un vademécum del cine español.
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